jueves, 29 de octubre de 2009

Personajes de la milonga

En la milonga pululan personajes que merecen una entrada aparte. Personajes a los que todos conocen por su apodo (de hecho, ¿quién cuernos pone los apodos y cómo es que se difunden tan rápido?) y que, todas las noches, aparecen como extraños fantasmas que van y vienen...

En La Viruta, lugar que yo frecuento más a menudo, tenemos, entre otros:
  • El Viejito. Un clásico. Se trata de un señor muy, muy anciano, o en todo caso así parece, muy, muy encorvado, que camina con pasitos muy, muy cortitos, y que saca a cuanta mujer se le cruce, con un pasito de baile en el pasillo, la mano tocándose el pecho. Apenas puede levantar la cabeza de lo encorvado que está. La verdad que es muy enternecedor el Viejito. El tema es que si una rechaza la invitación, aunque sea cordialmente y con una sonrisa, el Viejito empieza a refunfuñar cosas ya no tan enternecedoras como: "Hija de puta mmpphsgrrrrmph la puta que te parió grmphmgrphmm" y sigue su camino puteando y masticando rencor entre sus dientes, hasta la mujer siguiente.
    Más de una mujer piensa que se trata de un viejo milonguero de esos que tienen nombre y apellido y acepta bailar con él. Rápidamente se da cuenta de su equivocación y pone una cara de sufrimiento que no les puedo explicar.
  • Carlitos Balá. La verdad, hace muchísimo que no lo veo, y me empieza a preocupar. ¿Qué le pasó a Carlitos Balá? ¿Alguien lo vio últimamente? Carlitos Balá es un señor que durante muchos años fue a La Viruta los fines de semana, durante la primera parte de la noche. Un tipo muy alto, siempre vestido con traje y con el corte de pelo típico de Carlitos Balá (luego se lo cambió, se hizo crecer una especie de mecha larga que le tapaba media cara, pero lo seguimos llamando así). También saca a cuanta mujer se le cruce. No conozco a ninguna mujer que no lo haya dejado plantado en medio de la tanda.
    Yo misma tuve el tremendo horror honor de bailar con Carlitos Balá. Era principiante, decía que sí a todos los que me sacaban.
    Para qué... Me apretaba de manera realmente desubicada, y me soplaba al oído cual locomotora embalada. Realmente desagradable. Como todas, después del primer tango le dije que muchas gracias, pretextando un cansancio repentino, y salí de la pista. Era la primera vez que hacía eso, realmente tenía buenos motivos...
  • El Escriba. También conocido como El Caminante. Como sus dos apodos indican, se trata de un señor que escribe y camina.
    Toma muchísimas clases de tango, en La Viruta y en otros lados, clases en las que filma a los profesores y en las que toma apuntes de manera frenética. Se la pasa filmando y escribiendo. Debe tener el archivo de clases más importante del planeta. No sé qué hará con ese material luego, pero si alguna vez se le ocurre hacer un libro o un DVD con eso, tendrá para decenas y decenas de fascículos y si se pone las pilas, se puede hacer millonario.
    Eso sí, tanto asistir a clases y anotando, visiblemente no le sirve de gran cosa, porque en la milonga, se la pasa... caminando. Da vueltas y vueltas a la pista, sin sacar a nadie. Camina con pasos de tango, marcando el ritmo, apurándose en los contratiempos, las manos en la espalda, muy concentrado, sonriendo mucho.
    Un misterio total.
  • La poeta. Para mí, de lejos, el personaje más tierno. Se trata de una mujer que camina con dificultad, apoyada en un bastón, y recorre las milongas vendiendo libros de poesías escritas por ella. Incansablemente, todas las noches, deambula entre las mesas de las milongas porteñas esperando que alguien le compre un librito. Más de una vez la vi sentada sola en un café de Palermo, mirando televisión, quizás esperando la hora propicia para hacer su tour milonguero, o al contrario descansando después de una noche de caminar y caminar con sus libritos en la mano.
¿Y ustedes? ¿Qué personajes se les ocurre de su milonga favorita?

viernes, 23 de octubre de 2009

La milonga y el amor

Después de un poco más de cuatro años de acudir a la milonga sola, de vivir una entretenida vida de milonguera soltera, estoy descubriendo las alegrías de estar en pareja con un hombre que también milonguea.

Al principio, enamoradísima, me provocaba casi orgullo entrar en la milonga agarrada de su mano, mostrando a todos mi nueva felicidad.

Después de unos meses, sigo más enamorada que nunca. Pero he constatado los límites de estar en pareja en la milonga...

Es muy simple: excepto los amigos que tengo en común con mi compañero, ya nadie me saca. Así, de golpe, de un día para el otro, me volví completamente transparente ante los otros milongueros. De repente, soy dueña de otro y, por lo tanto, intocable.

Tanto machismo me supera... Porque claro, él no la tiene tan difícil. Al ser el hombre el que saca, puede darse el lujo de tomar la iniciativa de sacar a cuantas chicas se le crucen. Por mi lado, se supone que tengo que esperar a que me saquen.

Está bien, no es solamente por machismo. Yo tampoco, si veo a un hombre sentado en una mesa con una mujer, lo voy a ir a sacar, para no interrumpir, molestar o incomodar.

Pero convengamos una cosa: el universo de la milonga es machista. Algunos milongueros me han dicho claramente que como ahora estoy en pareja, no me van a sacar más. Les pedí que por favor lo hicieran, que estaba todo bien con mi compañero, que cada uno seguía bailando con otras personas... Siguen sin sacarme.

O sea, me tengo que poner una camiseta que diga: "Disponible, autorizada por su amo a bailar con otros".

Mi pobre compañero, que no se atrevería nunca a erigirse en amo de nadie, hace lo que puede para que me sigan sacando, bailando con otras chicas, tratando de no pegarse a mí, alentándome a ir a bailar todo lo que se me cante.

Pero ése es el problema: a mí se me canta. Es a los otros a quienes no les canta...

Las dos soluciones disponibles me dan bronca: la primera sería ir a bailar sola. La segunda, ir con mi compañero, pero sentarnos en dos mesas distintas. Me han contado de parejas que lo hacen. A mí me parecería realmente patético. Pero es una realidad: cuando estoy sentada en su mesa, no me saca ni el loro. Cuando me levanto y empiezo a deambular por la milonga, se me empiezan a acercar.

Así que nada, tendré que acomodarme a la situación, sacar mi camiseta de "disponible", y hacer entender, de a poco, que no le pertenezco a nadie.
.

domingo, 18 de octubre de 2009

El día de la madre (que baila tango)

La organizadora de La Milonguita, Graciela H. López, es además escritora y psicoanalista. Escribió dos libros de cuentos sobre la milonga y el tango, que yo no conocía pero que visiblemente tienen mucho que ver con la idea de mi blog. El primer libro de cuentos se llama "Secretos de una Milonguera" y fue traducido a varios idiomas.

En el día de la madre, me tomo el atrevimiento de copiar uno de estos cuentos, que me pareció fabuloso, y que se llama:
El día de la madre (que baila tango)

Me niego rotundamente a encarnar el personaje de LA MADRE.

Al menos no quiero ser esa madre tanguera sacrificada, que lavaba en el piletón, o que era una santa viejita. Sin embargo, algo de eso queda en mi alma, aunque soy una mujer actual, aunque haya lave rap, internet, celulares y tarjetas. Muy en el fondo sigo teniendo la idea de que debería estar siempre dispuesta para mis hijos, aunque ellos sean grandes, independientes y hagan su propia vida.

Sucede que el domingo es el día clave, el día familiar por excelencia, el día en que la madre de toda nuestra historia cocinaba los ravioles y a su vera se juntaba la familia.

Y hoy, además de domingo, es "Día de La Madre". Soy sensible al prejuicio social. Tengo miedo de las críticas. Fulana dejó a los hijos solos en el día de la madre y se fue a la milonga . Suena horrible ¿no? Y sin embargo ¡quiero ir a bailar!

Amo a mi familia con toda mi alma, pero no "puedo" perderme la milonga, porque allí me divierto, me siento viva y cargo "pilas" y entusiasmo para pasar feliz toda mi semana. Mientras en casa los chicos me dicen "hola vieja", en la milonga los hombres me llaman reina, diosa o bombón. Eso además de abrazarme y bailar conmigo. Es que una cosa es ser madre y otra mujer, aunque todo venga en el mismo envase.

Como es el día de la madre, este domingo invito a mis hijos a almorzar (aunque pienso que bien podrían invitarme ellos ya que es mi día). Preparo una comida exquisita, decoro la mesa y me desvivo para que todo esté bien. Les pido por favor que sean puntuales y lleguen a las 13 hs. a más tardar, porque a la nochecita "tengo" que salir.

Mi hijo y la novia llaman a las 14:15 por teléfono para avisar que se están retrasando un poco. Mi hijo menor, que aún vive conmigo, todavía no se ha levantado. Intento despertarlo, porque ya son 14:30, pero me mira como si yo hubiera cometido un crimen.

Vuelvo al comedor. A las 14:45 llama mi hija y dice que los disculpe porque se quedaron dormidos pero que "están saliendo" para acá. Picoteo un poquito de la comida, como pan, espero. Todo está listo. Son las 15. Pongo un tango para escuchar. Me arreglo el pelo para adelantar tiempo y voy preparando la ropa que me quiero poner a la noche.

A las 15:30 decido servirme la comida y empezar sola. No me importa en absoluto, lo único que quiero es no perderme el baile de la noche que empieza a las 20 hs.

Cuando estoy por comer el primer bocado, llegan todos juntos, felices, ruidosos, cariñosos, divinos. Vienen con flores y regalos, pero tardan un rato antes de acomodarse para el almuerzo. Dicen que no tienen apuro, porque recién desayunaron.

Sirvo la comida a las cuatro de la tarde. A pesar de la espera está muy rica. Nos reímos, estamos contentos, conversamos, la pasamos muy bien. A las 18 quiero servir el postre pero mi hijo mayor dice: ¡Pará mamá! ¿Qué apuro tenés? Siempre esa costumbre de sacar los platos en cuanto uno termina. Quedate a conversar.

Me quedo. Pienso en mi amiga que me va a pasar a buscar 19:45. No voy a tener tiempo para arreglarme. No importa, me pinto en el auto de ella. ¿Por qué Dios mío, el día de La Madre tiene que ser en domingo?

Se instalan en el living como si se fueran a quedar a vivir. Todos están relajados y contentos, ponen música y disfrutan de la charla porque hay tiempo y es domingo.

Al final me armo de coraje y lo digo: Chicos, yo me quiero ir un rato a bailar.

¡¿Otra vez tango?! dice mi hija ¿y no podés ir otro día? (Recuerdo vívidamente que el año anterior renuncié a la milonga y ellos se fueron a los 20 minutos, pero no lo digo). En cambio balbuceo: Sí… es decir no… sólo puedo hoy.

¿Y no podés ir más tarde?

Es que me pasan a buscar en auto , digo, ya con tono de pedirles permiso.

Pero mamá, es un día familiar ¡dejate de joder y por hoy no vayas! ¿Pero por qué corno estos pibes no entienden? Les sirvo otro café y voy disimuladamente al baño a pintarme las uñas. Me siento una desalmada, una mala madre, una loca que lo único que quiere es irse a bailar. ¡¡Y es verdad!! Ahora es lo único que quiero.

Son justo 19:45 y veo que mi nuera se ha puesto a lavar los platos. Me abalanzo y le digo que no se preocupe, que deje todo como está, que mañana yo ordeno. Insiste y al final la dejo, que se embrome.

Cuando suena el timbre, vuelvo a armarme de valor y anuncio: Chicos, me voy, cierren bien todo cuando se vayan . Todos se quedan sentados y me dicen Chau, que te diviertas, pero yo escucho un ligero tono de reproche. Alcanzo a oír a mi hija que dice Lindo día de La Madre .
Pero no me importa nada. Por fin voy a la milonga.

Graciela H. López
.

sábado, 10 de octubre de 2009

La milonga y el sexo

El otro día leí una nota de la agencia EFE que decía que además de reducir el estrés, el tango eleva la líbido y el placer sexual.

En un estudio realizado en la Universidad de Frankfurt, una psicóloga colombiana, Cynthia Quiroga, asegura, después de analizar muestras de saliva de 22 parejas de bailarines de tango, que la reducción de la hormona del estrés se consigue principalmente a través de la música mientras que la subida de la testosterona es producto del baile y del contacto con el compañero.

Muchas veces mis amigos no-tangueriles me preguntan qué onda con los muchachos después de bailar torso contra torso. "No me digas que no pasa nunca nada, que solamente se va a bailar", me dicen.

Bueno, pues no. No se va solamente a bailar, obvio. Es más. La milonga es un gran quilombo. Y con esta palabra me quedo corta. Lo que se vive ahí adentro es bastante particular. No sé si se puede ir a la milonga sólo para bailar tango.

Para hombres y mujeres, es muy fácil, en ese ambiente, histeriquear, seducir, levantar, ir a "desayunar" con alguien (un clásico) y darse cuenta, un buen día, de que todas las conquistas son del mismo lugar.

Y puede llegar a ser al punto de irse con una persona distinta cada noche. Claro que las mujeres lo hacen de manera un poco más discreta, por el eterno machismo que hace de los hombres que se acuestan con muchas mujeres unos winner totales, y de las mujeres que se acuestan con muchos hombres unas atorrantas sinvergüenza.

Pero al final, es lo mismo: en la milonga, en todo caso en las milongas jóvenes (¿será lo mismo en las milongas pobladas en su mayoría por seniors?), todos y todas se acuestan con todos y todas. Al final, pasamos a ser una gran familia...

Y también, es entendible. Estar 15 minutos contra el cuerpo de alguien puede llegar a ser muy turbador. Si la otra persona no nos atrae en lo más mínimo, no pasa nada. Es más, nos desagradará "sentir" que a la otra persona sí le pasa algo, sobre todo si ese "sentir" es textual (mujeres, ¿nunca les pasó de "sentir" que su pareja se entusiasmó demasiado con el baile?).

Pero si nuestra pareja de baile nos atrae, y si esa atracción es recíproca, cuidadito que la pista se puede incendiar.

Después de la tanda, hay dos posibilidades: o la pareja termina en la cama, lisa y llanamente, o la excitación no pasa de eso, un momento de calentura agradable (y el histeriqueo puede durar meses, y puede terminar en nada).

Sabiendo todo eso, y sabiendo que todos y todas saben todo eso, ¿es posible que se armen parejas duraderas en la milonga?

Pues sí. Conozco, y varias. Quien suscribe es fiel testigo de que es posible.

Es difícil manejar el tema de los celos, por supuesto. Por lo general, las parejas "normales", digo, las que no bailan tango, no tienen que soportar varias veces por noche el espectáculo aterrador de sus parejas pegadas a sus ex con sus piernas entrelazadas, rostro contra rostro, respiración contra respiración (sí, sí, aterrador, traten de imaginarlo dos minutos y después me cuentan).

Pero con respeto mutuo, amor, cariño, confianza y muuucha comunicación dentro de la pareja, se puede sobrevivir a esta cruel experiencia.

Pregunta lógica: ¿es posible bailar con alguien de manera sensual, y hasta sexual, pero no sentirse atraído/a por esta persona fuera de la pista y que no pase absolutamente nada entre los dos una vez que se rompe el abrazo?

Nuevamente, sí. Es más, los hombres con los que más me gusta bailar, con los que me siento más a gusto en la pista, con los que más disfruto, son también, notablemente, hombres que no me atraen en lo más mínimo y con los que nunca ha pasado absolutamente nada.

Yo calculo que el estudio ése del que hablo arriba se hizo con parejas de baile que también son parejas en la vida, porque francamente, y menos mal, ¡uno/a no se calienta con cada persona con la que baila! Y ojo, también puede pasar que uno/a esté muy enamorado/a, pero no le guste bailar con su pareja.

Así que en la pista, todas las combinaciones son posibles, no está nada escrito, y no se puede sacar absolutamente ninguna conclusión viendo a dos personas bailar. Pueden ser dos amigos, dos amantes, dos desconocidos, es más, también pueden ser dos personas que se odian pero que, en la pista, sacan chispas.

Para resumir: sí, el tango elevará el deseo sexual en algunas situaciones y con alguna gente, pero esto no significa absolutamente nada. Así que a no sacar conclusiones apresuradas, que tampoco somos animales, che...

Dibujo: Copyright Julie Turconi
.